sábado, 22 de agosto de 2009

Experimento de Libet.

Muchas de la consideraciones actuales se iniciaron tras el experimento de Libet (1983, 1985). , Libet constató que los llamados “potenciales de preparación” para una acción (readiness potential) eran anteriores en unos 300 milisegundos a la conciencia del sujeto de tener voluntad para realizar esta acción. Si la acción se realizaba en el tiempo “0”, la conciencia de la intención estaba a menos 200 milisegundos y el “readiness potential” detectado en el cerebro a menos 550 milisegundos. Parecía, pues, que no era la decisión de realizar una acción la que activaba la preparación cerebral para realizarla, sino al contrario. Por tanto, parecía que la conclusión era: el mecanismo necesario que lleva a la acción se produce en el cerebro inconsciente al margen de la decisión del individuo y la “conciencia de la voluntad” surge después como la “ilusión” de haber sido su causa real. Este hecho experimental parecía confirmar una teoría de la conciencia llamada “epifenomenalismo”: la conciencia no causa efectos neuronales físico-químicos (no causa las acciones), sino que es sólo un testigo del determinismo neural de la conducta; creándose así la “ilusión” de que la conciencia causa la conducta. En el fondo estaríamos complementamente determinados.
Asi la sensación emergió en el proceso evolutivo y se convirtió en el sistema más eficaz para detectar información del medio. Pero la estimulación (sensación) se asoció a respuestas motoras y así fueron apareciendo los automatismos. A medida que el animal va sientiendo su propio cuerpo y se coordinan los diferentes sistemas sensitivo-perceptivos (visión, olfato, propiocepción…) en una conciencia unificada (por un sistema nervioso central), aparece un “sujeto psíquico” (recopilador de información sensitiva y desencadenador de respuestas automáticas). segun esta hipotesis la conciencia sirve simplemente para sobrevivir mediante la coordinación de la información sensitiva que permite al sujeto impulsar las acciones automáticas , la conciencia cumpliría una función de vigilancia sobre los automatismos y su eficacia adaptativa. Cuando algo sale mal, la conciencia o sujeto puede interrumpir bruscamente el automatismo.

Sin embargo, en el proceso evolutivo ha sucedido algo muy importante que conduce a la necesidad de que los animales, y después el hombre más plenamente, comiencen a comportarse de una forma nueva que ya no es automática y determinista: se trata de la ruptura del automatismo (o de la conducta “signitiva” o “instintiva”). A medida que aumenta el etograma (número de señales que el animal es capaz de distinguir) y el número de programas de respuesta automática (ante el estímulo de las señales), el animal va entrando en un nuevo estado de hipercomplejidad psíquica. A veces el sistema de señales concurrente es tan complejo y desconcertante que el animal queda como “pasmado”, perplejo sin saber qué programa debe aplicar. El perro no sabe si morder, escaparse, ladrar, mover el rabo o hacer zalamerías. El pasmo dura hasta que el animal inclina la balanza hacia una de las conductas posibles y actúa. La inclinación del animal al “peso” del estímulo que lleva a una u otra conducta parece exigir una “ponderación” del contexto. La cierta “ponderación” de estímulos que hallamos en el animal ha evolucionado hasta producir la emergencia de la razón. Su función es ponderar de una forma nueva, más profunda y rigurosa, el universo de estímulos que pesan ante el hombre y ponderar las muchas posibilidades de respuesta. La razón (junto con la operación simultánea de otros factores instintivos, emocionales y dentro del sistema de “valores” del sistema neuronal humano, especificado en cada individuo), inclinará la acción humana hacia alguna de las posibilidades abiertas. Se inclinará a la opción que más pesa, pero el que valorará el “peso” será el sujeto psíquico racional .

Consideremos un hombre sometido a una adicción grave. Por ejemplo, ludopatía (pero sería lo mismo en la adicción a drogas, alcohol, sexo, etc.). Su conducta está totalmente determinada; es incapaz de controlarse y los “potenciales de preparación” (rediness potential) se le activan al margen de su voluntad libre y se imponen en la conducta. El ludópata tiene un psiquismo racional, es consciente de su dramática situación y sufre. Acude a un psicólogo para que le ayude. Juntos emprenden una reconstrucción cognitiva y emocional que, al final, pone en condiciones al ludópata de dejar el juego. La estructura motivacional construida para “dejar el juego” ha “pesado” más que la ludopatía. ¿Qué ha pasado?

Un determinista diría que todo ha sido un proceso necesario, al margen de la voluntad de sujeto.

pero hay otra interpretación posible: que el “sujeto psíquico” (que para esto se ha formado en la evolución), abierto a varias posibilidades, ha valorado el mayor peso de una de ellas y ha inclinado la balanza con su voluntad.

http://www.tendencias21.net/El-libre-albedrio,-de-nuevo-discutido-en-neurologia_a1439.html

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